miércoles, 20 de julio de 2016

España estancada.


Por José Antonio Primo de Rivera.

NI AMBICIÓN NACIONAL NI JUSTICIA SOCIAL.–EL PARLAMENTO SESTEA. – SETECIENTOS MIL PARADOS PREGONAN EL FRACASO DE UN ORDEN ECONÓMICO Y POLÍTICO. – TRAGEDIA Y PALABRERÍA. – LLAMAMIENTO.

España se ha perdido a sí misma; esta es su tragedia. Vive un simulacro de vida que no conduce a ninguna parte. Dos cosas forman una patria: como asiento físico, una comunidad humana de existencia; como vínculo espiritual, un destino común. España carece de las dos cosas. El asiento físico de España, de la comunidad de españoles, es absolutamente indefendible. Tenemos un territorio enorme en el que hay muchísimo por hacer, y, sin embargo, millones de habitantes viven peor que los cerdos en las cochiqueras. No ya los parados del todo, esos setecientos mil españoles cuya existencia es un milagro, sino los pequeños labradores, arrendatarios o propietarios de minifundios, que recogen al año veinte o treinta fanegas de trigo; y los campesinos andaluces, que cobran al año cien jornales; y los habitantes en los suburbios de la misma capital, hacinados en casas infectas, en que los más rudimentarios servicios higiénicos se comparten entre cuarenta familias. Esto, mientras se engordan armeros, Intermediarios, administradores, banqueros, propietarios, rentistas, consejeros de grandes empresas y toda esa muchedumbre ociosa que parece ser el remate de un país apoplético de gran capitalismo, y no la dorada envoltura de nuestra pobre, y ancha, y esquilmado España.

Sobre esa base económica está asentado el pueblo español. ¿Y qué misión colectiva lo mantiene unido? Nadie lo sabe. Por eso, menos cada vez piensa nadie en remediar su mal remediando a España, sino escaparse del mal común lo mejor que pueda. Cada clase por su lado, insolidaria con las demás. Cada región, cada comarca, por su lado. Como en un barco que zozobra, todos parecen haber oído la voz de: "Sálvese el que pueda." Cuando lo que hay que salvar es el barco.

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La alegría del, 14 de abril no fue la que expresaron los camiones cargados de carne humana y engalanados de rojo. Aquello fue lo de menos y lo de los menos. La callada alegría del 14 de abril fue la que sintieron en las casas millones de españoles al imaginarse el principio de una nueva ruta abierta y soleada. Fue una alegría un poco melancólica; no en balde se iban viejos símbolos que fueron gloriosos en otro tiempo. Pero en compensación, el 14 de abril anunciaba las dos cosas de las que está huérfana España: un orden social nuevo hasta el fondo, que redimiera a sus gentes sufridas de la miseria en que se arrastran y un quehacer colectivo: el de levantar el Estado nuevo, el de acometer la empresa de rehacerse, todos unidos en el mismo afán.

La tremenda responsabilidad de los hombres del 14 de abril estriba en haber malogrado aquella esperanza colectiva, en haber reformado el sentido de su revolución. Ahora se pretende enredar a Azaña y Casares Quiroga en un fangoso proceso sobre si consintieron o no el traslado de armas a Portugal. ¡Qué estupidez! Las derechas, dejadas de la mano de Dios, no ven que eso equivale a la glorificación de Azaña. Si después de tantas abominaciones contra el bienio resulta que lo único punible es aquella irregularidad, ¿quién osará, en adelante, vituperarlo? Esos torpes leguleyos de las derechas, que aún no han visto cómo los procesos políticos de responsabilidades se vuelven siempre contra los acusadores, marchan alegremente contra el zarzal de la acusación por lo del alijo. Allá ellos. Nuestra acusación contra los hombres del bienio es bien otra: "Tuvisteis a España en vuestras manos entregada durante dos años. La tuvisteis blanda como cera. Pudisteis llevar a cabo la verdadera revolución española y preferisteis reemplazarla por una política de secta, de disgregación, de vejaciones inútiles, de exasperación espiritual. Por culpa vuestra volvió España a manos de las viejas gentes reaccionarias, deseosas de escamotear la revolución. Eso sí que no se os perdonará."

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¿Alijo de armas? ¡Bah! El capítulo de cargos del bienio terrible es mucho más grave.

Primero.–Estatuto de Cataluña. Era urgente retribuir a la Esquerra, por su ayuda política. Se la retribuyó con un trozo de España. No se dio el Estatuto después de bien asegurada en todo el pueblo español –comprendido el de Cataluña– una fuerte conciencia de unidad. Se dio aprisa y corriendo, con criminal largueza, entregándolo todo, incluso los instrumentos para afirmar en el alma de la infancia catalana una emoción separatista. El Estatuto hizo posible la rebelión de la Generalidad, frustrada por la cobardía de los rebeldes. Aquél fue el momento de los fusilamientos por la espalda, y no estas zarandajas del alijo.

Segundo.–Destrucción del Ejército. No se hizo con criterio nacional. No se comprendió la reforma profunda que el Ejército necesitaba.

Tercero.–Ofensa de los sentimientos religiosos. Fue una verdadera complacencia en la mortificación. Se llegó a la blasfemia, a la persecución por profesar ideas religiosas, al apogeo de un anticlericalismo soez, ya barrido del mundo.

Cuarto.–Burla de la Reforma Agraria. Porque la Reforma Agraria no se hizo. Todo quedó en su promulgación. Para que no faltase la característica del bienio, se añadió a última hora una norma excepcional, injusta, basada, no en razones económicosociales, sino en un impulso de rencor. Pero casi todo quedó en palabras. Un poco de indisciplina en el campo durante unos meses, y nada más. Después, los campesinos siguieron viviendo su miseria y el régimen de la tierra casi como estaba.

Quinto.–Desquiciamiento económico. La política del bienio no fue, ciertamente, una política anticapitalista. Nunca fueron tan mimados los Bancos y las grandes Empresas. Aumentaron las emisiones de valores públicos, y con ellas, naturalmente, las personas que viven del cupón sin trabajar. Pero como esto se combinaba con un desenfreno verbal en sentido demagógico, no se hizo otra cosa que conservar el sistema capitalista y amedrentarlo al mismo tiempo, es decir, desquiciar lo que había sin reemplazarlo por otra cosa. De ahí el colapso, con su secuela del aumento terrible en el paro obrero.

Sexto.–Política antinacional. En esta acusación se resumen todas. Durante el bienio España fue la colonia de tres poderes internacionales: la Internacional Socialista, la masonería y el Quai d'Orsay. Herriot vino en persona a inspeccionar su zona de reclutamiento o su camino de paso para las tropas senegalesas.

Es decir, lo contrario de lo que la revolución prometía. Ni política nacional, ni política social: un mal Gobierno burgués, cruel y antipático, en medio de una grillera detestable de falsos energúmenos.

* * *

A fines de 1933 salimos del bienio terrible para entrar en el bienio estúpido.
Esto sí que ya no conserva ni rastro del propósito revolucionario del 14 de abril. Ni reforma agraria, ni transformación económica, ni remedio al paro obrero, ni aliento nacional en la política. Chapuzas para remediar algún estrago del bienio anterior y pereza. Pereza mortal para dejar que los problemas se corrompan a fuerza de días, hasta que llegue otro problema y los quite de delante. La revolución del 14 de abril se ha estancado en esto.

¿Político social? Ni pensarlo; menos que nunca; menos que antes del año 31; hasta los Jurados mixtos se suprimen. Vuelve a hablarse de jornales de dos pesetas. No hay reforma agraria. La Ley de Arrendamientos nace tan inservible que al día siguiente de su aprobación sale un proyecto de ley modificándola. Setecientos mil hombres están en paro forzoso. El Parlamento, que ni siquiera ha aprobado unos presupuestos para 1935, se concede a sí mismo vacaciones de Carnaval. Fuera de la vacaciones, sestea.

¿Política nacional? ¿Alrededor de qué? ¿Qué quehacer interesante y alegre se presenta a España? Se empieza a no contar con ella en el mundo. Italia y Francia arreglan el problema del Mediterráneo en nuestra ausencia. Sudamérica recibe, como única noticia de España, una pastoral por "radio" del señor Rocha. Francia, cuya balanza comercial con nosotros ha mejorado en su favor, todavía nos aprieta las clavijas en el Tratado comercial...

El marxismo, cauto y peligroso, ha logrado salir casi intacto del percance de octubre. Ahora rehace sus fuerzas y revisa sus armamentos. Mientras la fuerza pública descubre saldos de viejas escopetas y revólveres caducos, nadie sabe dónde se guardan los arsenales apilados para la revolución de octubre que no llegaron a salir. Además, el socialismo sabe mover los hilos de la desesperación proletaria cuando esa desesperación tiene tantos fundamentos. Se trabaja por el frente único con comunistas y anarquistas.

Mientras tanto, cada día nos sale un curandero para el mal. Gil Robles sigue pronunciando discursos prometedores, como si no tuviera tres ministros en el Gobierno y la minoría más numerosa en las Cortes. El Bloque Nacional luce suntuosamente. Este ya trae palabras nuevas, para que no se diga: ¡habla de unidad de mando, de estado corporativo y de otras cosas fascistas! ¡En seguida le van a creer! Un orden nuevo traído por las ultraderechas, es decir, por los partidos privilegiados en el orden antiguo. ¡En seguida lo van a creer los obreros y estudiantes y todos los añejamente descontentos contra el caduco tinglado español!

* * *

¡Basta de falsificaciones! La tarea española está intacta: la tarea de devolver a España un ímpetu nacional auténtico y asentarla sobre un orden social distinto. Basta de palabrería mal copiada y vamos a la busca de la palabra decisiva, de la mágica palabra del resurgimiento. Otra vez hay que salir contra los que quieren arrancamos del alma la emoción española y contra los que amparan bajo la bandera del patriotismo la averiada mercancía de un orden burgués agonizante. ¡Estudiantes de España, obreros de España, intelectuales de España: otra vez a la tarea! Contra lo uno y contra lo otro. Por la España completa de los mejores días. Por el pan y la gloria. ¡Arriba España!



Extraído de Arriba, núm. 1, 21 de marzo de 1935

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