miércoles, 18 de marzo de 2015

Vista a la derecha

Por José Antonio Primo de Rivera.

Aviso a los "madrugadores": la Falange no es una fuerza cipaya

Por la izquierda se nos asesina (o a veces se intenta asesinarnos, porque no somos mancos, a Dios gracias). El Gobierno del Frente Popular nos asfixia (o intenta asfixiarnos, porque ya se ve de lo que sirven sus precauciones). Pero –¡cuidado, camaradas!– no está en la izquierda todo el peligro. Hay –¡aún!– en las derechas gentes a quienes por lo visto no merecen respeto nuestro medio centenar largo de caídos, nuestros miles de presos, nuestros trabajos en la adversidad, nuestros esfuerzos por tallar una conciencia española cristiana y exacta.

Esas gentes, de las que no podemos escribir sin cólera y asco, todavía suponen que la misión de la Falange es poner a sus órdenes ingenuos combatientes. Un día sí y otro no los jefes provinciales reciben visitas misteriosas de los conspiradores de esas derechas, con una pregunta así entre los labios: "¿Podrían ustedes darnos tantos hombres?"

Todo jefe provincial o de las J.O.N.S., de centuria o de escuadra a quien se le haga semejante pregunta debe contestarla, por lo menos volviendo la espalda a quien la formule. Si antes de volverle la espalda le escupe el rostro no hará ninguna cosa de más.

¿Pero qué supone esa gentuza? ¿Que la Falange es una carnicería donde se adquieren al peso tantos o cuántos hombres? ¿Suponen que cada grupo local de la Falange es un tropa de alquiler a disposición de las empresas?

La Falange es una e indivisible milicia y partido. Su brío combatiente es inseparable de su fe política. Cada militante en la Falange está dispuesto a dar su vida por ella, por la España que ella entiende y quiere, pero no por ninguna otra cosa.

No ya la vida; ni una gota de sangre debe dar ningún camarada en auxilio de complots oscuros y maquinaciones más o menos derechistas cuyo conocimiento no les llegue por el conducto normal de nuestros mandos. El jefe nacional ha dicho muchas veces que así como los heridos al servicio de la Falange son ensalzados ante sus camaradas, el que padezcan herida en servicio no ordenado por la Falange será expulsado de ella con vilipendio.

+ + +

Vamos a ver si nos enteramos:

Entre la turbia, vieja, caduca, despreciable política española, hay un tipo que se suele dar con bastante frecuencia: el del "madrugador". Este tipo procura llegar cuando las brevas están en sazón –las brevas cultivadas con el esfuerzo y el sacrificio de otros– y cosecharlas bonitamente.

Nunca veréis al "madrugador" en los días difíciles. Jamás se arriesgará a pisar el umbral de su Patria en tiempos de persecución sin una inmunidad parlamentaria que le escude. Jamás saldrá a la calle con menos de tres o cuatro policías a su zaga. Su cuerpo no conocerá las cárceles ni las privaciones.

Pero –eso sí– si otros a precio de las mejores vidas –¡muertos Paternos de la Falange!– logran hacer respetable una idea o una conducta, entonces el "madrugador" no tendrá escrúpulo en falsificarla. Así, en nuestros días, cuando la Falange a los tres años de esfuerzo recoge los primeros laureles públicos –¡cuán costosamente regados con sangre!–, el "madrugador" saldrá diciendo: "¡Pero si lo que piensa la Falange es lo que yo pienso! ¡Si yo también quiero un Estado corporativo y totalitario! Incluso no tengo inconveniente en proclamarme "fascista".

Algunos ingenuos camaradas hasta agradecerían esta repentina incorporación. Creerán que la Falange ha adquirido un refuerzo valioso. Pero lo que quiere el "madrugador" es suplantar a nuestro movimiento, aprovechar su auge y su dificultad de propaganda, encaramarse en él y llegar arriba antes de que salgan de la cárcel nuestros presos y de la incomunicación nuestras organizaciones. En una palabra: madrugar.

El "madrugador" no tiene escrúpulos. A codazos se abrirá paso en sus propias filas. Traicionará y tratará de eclipsar a sus jefes (tanto más fáciles de eclipsar cuanto más elegantemente adversos a esa especie de groseros pugilatos). Contraerá en cada instante la voz y el gesto con los que más pueda medrar. Y cultivará sin recato la adulación; en nuestros tiempos –para llamar a las cosas por sus nombres– la adulación a las fuerzas armadas. El "madrugador" siempre cuenta con el Ejército como un escabel más; esta convencido de que unos cuantos jefes militares arriesgarán vida, carrera y honor para servir la ambición hinchada y ridícula de quienes los adulan.

+ + +

Si lo que se ventilara fuera el acceso a los cargos públicos, ¡lleváranselos enhorabuena los "madrugadores"! Esos cargos públicos, servidos de abnegación, son la más espinosa carga imaginable. A buen seguro que ninguno de nuestros camaradas de primera fila daría de grado su libertad, su juventud, su vida llena de atractivos, por la dura servidumbre de un ministerio.

Pero no se trata de ser ministro. Para serlo, en estos tiempos en que se producen más de ochenta ministros cada cinco años, hay caminos más llanos que el de la Falange. Se trata de hacer a España.

De hacer a España con arreglo a su entendimiento de amor, que sólo poseen los que lo han adquirido en las horas tensas y difíciles.

De hacer a España según una iluminada geometría, cuyos secretos sólo se han entregado tras de muchas noches en vela.

Que alguien escuche y desmenuce el lenguaje de los "madrugadores": ese lenguaje espeso, inflado, prosaico, abrumadoramente abundante y grotescamente impreciso. ¿Podrá alguien percibir en ese lenguaje el menor aleteo de la gracia?

Nuestra empresa española –ya se dijo en acto inicial de la Falange– es una empresa poética, religiosa y militar. No reside en fórmulas, y menos en fórmulas bastas. Es la aspiración permanente a una forma histórica llena de garbo y de fervor, sólo percibido por una fe clarividente.

No seremos ni vanguardia, ni fuerza de choque, ni inestimable auxiliar de ningún movimiento confusamente reaccionario. Mejor queremos la clara pugna de ahora que la modorra de un conservatismo grueso y alicorto, renacido en provecho de unos ambiciosos "madrugadores". Somos –se ha dicho muchas veces– no vanguardia, sino ejército entero, al único servicio de nuestra propia bandera.

Aspiramos a ser un pueblo en marcha tras de una voz de mando. Una voz que se nos haya hecho familiar en las horas de peregrinación. No creemos en una receta o en una colección de recetas que cualquiera puede preparar. Creemos en una mente y en un brazo.

Para que esa mente y ese brazo nos gobiernen lucharemos todos hasta el final. Para que un "madrugador" se adelante y nos diga: "¿Pero no les da a ustedes lo mismo? ¡Si yo también soy totalitario!" Para eso, no; ni un minuto.

Y será inútil el madrugón. Aunque el "madrugador" triunfara le serviría de poco su triunfo. La Falange, con lo que tiene de ímpetu juvenil, de acervo intelectual, de brío militante, se le volvería de espaldas. Veríamos entonces quién daba calor a esos "fascistas rellenos de viento".

Nosotros, para ver pasar sus cadáveres, no tendríamos más que sentarnos a la puerta de nuestra casa bajo las estrellas.

No Importa, Boletín de los días de persecución, número 3, 20 de junio de 1936.

lunes, 9 de marzo de 2015

Ante las elecciones andaluzas

Una vez más, los españoles, esta vez en la región andaluza, son llamados a las urnas a elegir a los representantes que gobernarán la próxima legislatura. ¿Qué tenemos ante nosotros? Se nos presenta de nuevo el espectáculo de la democracia representativa, el teatro mediante el cual los partidos tradicionales, y los nuevos que aspiran a rejuvenecer el sistema, salen a las calles para realizar propaganda vieja y estéril. Los pueblos andaluces son convertidos en auténticas trincheras de los políticos y partidos que tanta miseria han traído a nuestras tierras. Las plazas son adornadas con carteles que representan toda la ancianidad posible en nuestros días. A escasos días de la votación, vuelven a pedir el apoyo a un pueblo que durante el mandato es olvidado, y el pueblo andaluz, incauto, volverá a participar en este circo donde dará legitimidad a un sistema que, tal y como lo conocemos, pega sus últimos coletazos.

El viejo orden de dos únicos partidos llega a su fin, o eso parece. Después de tantos años de gobiernos andaluces en donde sólo podemos encontrar nombres de supuestos socialistas, aparecen nuevas fuerzas que se han venido desarrollando a lo largo de los últimos años y que pretenden derribar el sistema de partidos que hasta ahora conocemos. Por un lado, tenemos al Partido Socialista Obrero Español, que pretende sacar una mayoría que dudamos mucho que consiga, pero intentará conseguir un resultado que pueda favorecer a una recuperación de la confianza a nivel nacional de cara a las próximas citas electorales. Por otro lado, el Partido Popular, que pretende conseguir gobernar algo que nunca lo ha hecho. Es tal el desgaste a nivel nacional que se hará notar en las elecciones, pero sin embargo, es el único partido que puede atraer al electorado derechista. Izquierda Unida nos deja la gran duda de si estará o no estará, aunque las predicciones en los sondeos nos afirman lo segundo. Hay que estar atentos pues Andalucía puede deparar el futuro de esta formación. El nuevo partido, Podemos, se enfrenta a la primera gran prueba en territorio nacional. Ciudadanos consolida también su pequeño ascenso a la escena política.

Esto es lo que se nos ofrece. Por un lado, los viejos partidos ejercen una lucha descarnada para no ser arrollados por los nuevos que aparecen. Por otro lado, los nuevos partidos ejercen una lucha descarnada contra los viejos a los que pretenden hacer desaparecer del escenario. Cuando se den a luz los resultados finales, comenzarán una serie de pactos y alianzas que sólo servirán para dar un espectáculo en el plano de la política y para ensayar los pactos futuros en las próximas citas electorales en toda España. Mientras, el pueblo, las partes más desfavorecidas, pasan hambre, se quedan sin casas o no tienen ropa para vestir a sus hijos. De nuevo, la democracia nos ilusiona con cambios que no van a llegar. Tanto los partidos viejos como los nuevos no representan una fuerza revolucionaria que pretenda derribar este sistema que se hunde, sino que se esforzarán por prolongar su agonía. 

¡Andaluces! ¡No os dejéis engañar por los nuevos discursos que se esfumarán tan pronto como cuando pasen las elecciones!. ¡La verdadera democracia es la que se realiza desde abajo, desde la ciudadanía organizada en municipios y sindicatos, la verdadera democracia es la que está liberada de los partidos políticos tanto viejos como nuevos, legitimadores del sistema, que nos dividen!

Junta Sindicalista